Metamorfosis

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Un día pensé: ¿cómo sería mi vida si no fuera cómo es? Y algo comenzó a cambiar.

Cuando desperté tomé conciencia de que había pasado gran parte de mi existencia dormida. El miedo al sufrimiento me había anestesiado, estaba inmersa en la analgesia del sistema, había hipotecado mi deseo para poder construir mi propia muralla que me protegiera de la maravillosa aventura que significa vivir. Era infeliz, sí, pero cargaba con una infelicidad controlada, aceptable, bien vista. Me habían enseñado que la vida era sacrificio, esfuerzo, resignación, e incluso, que estaba bien tener miedo. Debía cumplir incuestionables normas para poder pertenecer a este mundo indiferente y mercantilizado del que todos nos quejamos pero no nos animamos a abandonar. Había perdido la conciencia de mi propio ser, no tomaba decisiones, tenía un rol secundario en mi propia película y, lo peor, es que ni siquiera lo sabía.

¿Por qué sigo cargando con esta cruz de imperativos mandamientos? No podía responder a mi pregunta, pero seguía abnegadamente el camino indicado. Me habían convencido de que la cordura se encontraba ahí, dentro de ese universo de reglas en desuso que nos hacían serviles a un supuesto bien mayor, que debía acallar esa insana voz que adentro mío gritaba que debía ser libre. Pero mi deseo se había tornado irrefrenable y pujaba por salir más allá de mis intentos por reprimirlo. Ya no había escapatoria, se rompían las cadenas, dejaba de creer en lo que siempre me dijeron que estaba bien.

¿En qué creería entonces? Empecé a sentir el vacío existencial que produce el no conocerse a uno mismo. Pensaba que era una oruga pero, de pronto, me vi envuelta en mi propia crisálida y me sentí estancada, necesitaba salir de la pupa. Había soñado con volar pero me encontraba encerrada en mi propio cuerpo. Esa parecía ser la oscura metáfora sobre el destino del hombre moderno; llegando la adultez uno debe deslomarse hasta quedar despojado de su humanidad, enajenado, servil a este mundo absurdo e incomprensible en el que vagamos tristemente, cabizbajos, creyéndonos autónomos pero siendo solo una pieza de un engranaje de la gran máquina social, atrapados en una jaula de mandatos, solos en medio de la multitud. Era una larva convirtiéndome en mariposa, pero todavía no conocía mi destino. En ese momento, solo sentía que los cambios me atravesaban, me derrumbaban, hasta que un haz de luz comenzó a entrar por el capullo en el que había quedado atrapada.

A medida que caía la venda de mis ojos, cada vez se hacía más difícil evadir mi esencia. Me di cuenta de que a lo único a lo que estaba atada era al irrefrenable poder de mis deseos, la metamorfosis había comenzado y ya no podía escapar a mi pasión. Estaba renaciendo convertida en un nuevo ser y mi instinto me obligaba a animarme a volar.