Mi Lado B
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Mi nuevo cuerpo tenía un maravilloso par de alas pero, en mi mente, aún creía que era una oruga.
Nuestro cerebro, tan maravillosamente conformado, replica automáticamente acciones y comportamientos conocidos. Está configurado de manera tal que no debemos pensar en el daño que provocaría el fuego en contacto con nuestra piel, de manera instintiva, nos aleja del peligro. Con las emociones funciona igual, si sabemos que ciertos acontecimientos producen determinadas reacciones, nuestra mente, simplemente, responde como acostumbra. Mi mentalidad de oruga me hacía arrastrarme, como si no pudiera escapar de mi destino sufriente. Pero veía algunas mariposas que empezaban a aletear, y otras que ya habían tomado altura y emprendían su viaje. Entonces entendí que tenía que pensar distinto, reprogramar mi mente. Si bien sabía que no era lo que me habían hecho creer, mi cerebro había quedado seteado con la vieja información y actuaba repitiendo los patrones que conocía, aunque limitaran mi poder o me llevaran a rincones oscuros en los que ya no quería estar.
Siempre me creí inferior al resto, incapaz, insuficiente, un ser extraño e incomprendido en un medio hostil, y el destino se encargó de darme la razón. Era hora de cambiar el guion para escapar del bucle autodestructivo en el que estaba atrapada. Me di cuenta de que las personas felices no eran aquellas que no tenían problemas sino las que, en lugar de revolcarse en el barro hasta hundirse, miraban para arriba buscando la manera de salir. Pero, a veces, nuestra mente nos juega una mala pasada. Nuestra visión del mundo está condicionada por tres factores: el componente genético, los hechos que nos tocan atravesar y lo que hacemos con eso. En los dos primeros no podemos influir, pero si podemos modificar nuestra actitud.
Para cambiar nuestra programación predeterminada, hay que empezar por entender cómo funciona el sistema, escuchar qué información nos estamos dando, cómo nos estamos tratando. Mi visión del mundo estaba condicionada por mi adicción al drama, como si necesitara sumarle heroísmo a la vida para sentir que tenía sentido. Siempre fui yo mi peor enemiga, maltratarme se había vuelto un vicio, me repetía cuan indigna de amor era para replicar esos daños que me anclaban en mi lugar seguro de ser sufriente. Pero el drama no venía solamente de mi interior, estaba en todos lados, me acompañaba en las novelas que me crié viendo en las que se dignificaba el sufrimiento de la protagonista, en cuentos de hadas que nos enseñaban que había que había que tolerar humillaciones para poder merecer la dicha, en las canciones que nos presentaban al amor como un martirio insoportable. La cultura es la mayor manifestación social del hombre y, a través del entretenimiento, funciona como un arma con la que hemos sido adoctrinados, validando el sufrimiento.
Pero yo decidí torcer el rumbo de mi destino y crear un nuevo personaje, actuar como la persona en la que deseaba convertirme. Descubrí que había otra versión, un lado B en el que el dolor no se estancaba hasta transformarse en sufrimiento, un lugar en donde podía actuar como mariposa aunque todavía me creyera una oruga, un espacio para revelarme, en el que podía dejar de elegir lo que había creído que era lo correcto, en el que podía ser yo, en el que me animaba a ser feliz, dejando el drama de lado, volando libre. Tal vez, si empezamos engañándonos hasta convencernos de cuan valiosos, finalmente, entendamos que, en realidad, el poder siempre estuvo en nuestro interior. De tanto fingir la mueca y sonreír, nuestra mente empezará a creer que somos felices y realmente empezaremos a serlo.